Todo lo que voy a decir aquí me lo contaron, no fui testigo de ninguno de estos testimonios.
Hubo un tiempo que en mi pueblo utilizaban la palabra “Los Todkin” para asustar a los más pequeños, de la misma manera que usaban a “Satán”, “la mano pelua” o el “Sancajo de la noche”, etc.
Les amenazaban diciéndoles que “Los Todkin” se los iban a llevar con ellos, y de inmediato los niños corrían asustados. Durante mucho tiempo utilizaron esta amenaza para encerrarlos en las casas antes de las 6 de la tarde, y dejaran así de estar jugando en las calles durante la noche.
Nunca se clarificó para qué terrorífico lugar se los iban a llevar estos seres, que al parecer debían ser malvados y tenebrosos; pero todos tenían miedo a las historias que se decían sobre ellos en las calles. Se les atribuían capacidad de volar y de desplazarse a través de los cables de energía, que eran capaces de ordenarles a los espíritus que poseyeran a escolares virginales, o que se alimentaban con carne de murciélago y brindaban con sangre de gato.
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Todo ese alboroto comenzó, cuando en un día de enero de 2006 un grupo de personas integrantes de un Club de Literatura Fantástica, seguidores del escritor inglés John Ronald Reuel Tolkien, llegaron al pueblo a celebrar su Concilio Anual de miembros; actividad que acostumbraban a realizar en un lugar diferente cada año, y esa vez le tocó a mi pueblo, en dónde por cosas de la Fantasía o del Reino Peligroso, también había un grupo de miembros anexos a esta Comunidad.
Esa mañana del 3 de Enero el pueblo se despertó con unos avisos y pasacalles que contenían unos mensajes indescifrables para ellos. Algunos estaban en otra lengua y otros con un sistema de escritura diferente a los que comúnmente conocían. Cuando de pronto uno a uno vieron llegar los más dispares personajes, todos por fuera del esquema tradicional al que estaban habituados los lugareños. Al caer la noche, 25 de ellos estaban reunidos en las instalaciones del colegio local riéndose a voz viva, viejos amigos que tenían tiempo sin verse, contándose anécdotas y brindando con un líquido rojo en honor a alguien al que llamaban “El Profesor”.
La cordura se quebró al día después, cuando todos ellos, los visitantes, salieron en varios grupos por las calles cubiertos con capas, capuchones y sombreros, en una larga marcha a través del pueblo para llegar hasta el río, y luego bordearlo dos kilómetros más hacia arriba a largo de su ribera, entre los sombras de los palos de guamo.
No sé si antes en la historia habían visto caminar seres con capas por las calles del pueblo, pero los habitantes estaban cada vez más asustados por los extraños, y su horror aumentó cuando los vieron descender por el Sinú sobre dos grandes canoas con sus capas puestas. Algunos de pie, otros sentados degustando largas pipas de madera, y los veían hablar con el río y los árboles. Y saludaban a la población, la cual se había aglomerado en la ribera cuando escucharon que “Los Todkin” estaban pasando.
Esa noche desembarcaron en una playa del río, ahí encendieron una fogata e iniciaron un ritual en donde bebían y contaban historias que no se comprendían muy bien, porque mezclaban palabras del Castellano con esa lengua rara que ellos usaban para nombrarse entre sí.
A la mañana siguiente amanecieron enterrados en la arena y luego no los vieron más. Cuando la Policía llegó al colegio alertada por la llamada de la comunidad, no encontró a nadie. Había una histeria colectiva, todos aseguraban que el último día de esa reunión de brujos se iba a sacrificar a un niño, y una vendedora de carne afirmó que le habían encargado un galón de sangre de vaca.
El pueblo no se dio cuenta en qué momento se marcharon, estaban acostumbrados a verlos aparecer y desaparecer de un sitio a otro, que no se percataron cuando se fueron definitivamente. Pero la histeria colectiva no acabó ahí, aún faltaba el capítulo de las preadolescentes posesas del colegio local.
Al mes siguiente cuando iniciaron las clases, primero una estudiante en la puerta de la institución educativa, luego siete, cayeron desmayadas y convulsionaban, una a una gradualmente. A medida que aumentaba el número, la sombra de “Los Todkin” volvió a aparecer. Cuando volvían del sinsentido aseguraban ver imágenes de muertos y voces que les hablaban. Rápidamente se empezó a esparcir el rumor sobre un sacrificio que se había hecho en el colegio y los huesos del muerto se encontraban enterrados en el patio detrás de la cancha de fútbol.
Todos lo aseguraban, que ahí estaban los huesos. Los brujos esos habían llegado a traer espíritus que persiguieran a las estudiantes. La última de ella recibió el ataque en su cuarto mientras dormía, “y en una de esas pegó un grito y un fuerte viento, como de un sueste, arrancó el techo de abajo hacia arriba, sin una sola gota de agua”, decía la gente.
Cuando la histeria se hizo insostenible otras verdades salieron a la luz, enredando cada vez más dos situaciones dispares. Se rebeló otro grupo de muchachas, señaladas como culpables de lo que estaba pasando, según acusación de las estudiantes poseídas. Al parecer todo se debía a un lío pasional, en donde un joven era peleado por dos amantes, una en cada bando. Y una de ellas junto con su bando, contrató a “Los Todkien” para que vinieran a hacerles brujería a las mujeres del bando contrario. Estas eran las conclusiones de los chismorreos del pueblo que seguía viviendo su novela.
A las luces de las nuevas revelaciones, la histeria por los brujos se fue aplacando cada vez más, hasta que finalmente la olvidaron cuando la primera poseída huyó de su casa con el joven disputado, y se acabaron las posesiones y las convulsiones repentinas. El tiempo pasó y “Los Todkin” quedaron en las memorias de quienes vivieron pasionalmente ese enero de 2006.
Por su parte, los miembros del grupo de literatura fantástica, pasearon por Montería, llegaron al mar y se envolvieron en sus capas para pasar la noche sobre la arena del Caribe, mientras esperaban el amanecer. Luego, uno a uno regresaron a sus casas, a Barranquilla, a Cartagena, a Pereira, Manizales, Bogotá…. inocentes del drama que se había gestado tras su paso por ese pequeño pueblo a la orilla del Sinú.
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