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“- Durante largo tiempo -dijo-, pensé yo como vosotros, que mi madre conservaría abierta siempre la ventana para mí; por ello permanecí fuera de casa durante lunas y lunas y lunas, y volví al cabo de ellas, pero la ventana estaba cerrada y echada la falleba, y mi madre se había olvidado por completo de mí y otro niñito dormía en mi cama.”
J.M. Barrie – Peter Pan – Cap. 11 El Cuento de Wendy.
Hace poco más de un mes cambié de residencia, y además de todo lo traumático que eso es para uno como cabeza de la vivienda, también lo es para los demás que se desplazan con uno, incluso para los animales. Especialmente para los gatos.
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Tenía dos mascotas, Hielo y Fuego, perra y gata respectivamente. Los caninos son más apegados a uno. Hielo nunca se va muy lejos de mi lado, pasa pendiente en dónde estoy. Incluso cuando no me ve, va y me busca y luego vuelve a su sitio fresco de la casa. No puedo decir lo mismo de los felinos.
Cuando terminé de mudar las cosas y organizar todos los objetos, mudé a las mascotas. Hielo no tuvo problemas, estaban los humanos en la misma casa donde tenía agua, comida, dormida, quien la acariciara y eso para ella era suficiente; no igual para Fuego, la cual chilló, lloró, y recorrió los dos pisos de la vivienda buscando ventanas abiertas o muros bajos para escapar de ese nuevo lugar desconocido para ella, falto de espacios comunes, y ajeno al vecindario donde ella se había convertido en la reina, la “Bichota” del Puente 2, toda una gata alfa que le peleaba territorio a los gatos callejeros del lugar.
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Cuando vi que Fuego había superado los 3 días y las 2 noches en la nueva vivienda, habiendo dejado de llorar y de buscar por donde escapar; incluso cuando la observé de nuevo dormida en sus inauditas posturas sobre las sillas, pensé que ya se había reconocido en su nuevo hogar.
Al amanecer de su tercera noche, Fuego desapareció, no estaba por ningún rincón de la casa. En un descuido de los humanos (principalmente mío), encontró una ventana abierta en el segundo piso que conduce a los techos de las viviendas vecinas, y supongo que por ahí se fue y se perdió sin reconocer el camino de vuelta a la nueva casa, o la agarraron y la amarraron en otra vivienda para quedarse con ella.
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“La ventana abierta”, fue ella la que me conectó con el fragmento de Peter Pan con el que inicié este texto. Me habían dicho: “la gata a los 15 días vuelve”; y ya va más de un mes y nada. Un fin de semana que fui a visitar a mis padres, dejé todo desconectado, puertas cerradas, y cuando fui a cerrar la ventana pensé…. “y si Fuego regresa y encuentra la ventana cerrada, le pasará como a Peter Pan”. La dejé abierta, igual no regresó.
En otra ocasión, mientras hacía aseo en la terraza de la casa (en la costa colombiana terraza es la parte antes de la puerta de entrada a la vivienda), acompañado de Hielo, una rata gorda, maciza y peluda, que no distinguí muy bien por la velocidad con la que venía de la calle, se dirigió a la Puerta donde estábamos la perra y yo. Los tres nos aturdimos, Hielo conmigo nos metimos en la casa a tiempo para cerrarla, y la rata se trepó en la reja protectora exterior de la puerta.
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Esa situación me hizo reflexionar sobre la urgencia de conseguir el remplazo de Fuego. Hace falta una nueva gata. La idea volvió a recordarme el fragmento del libro de J.M. Barrie, cuando Peter vuelve y encuentra que no es imprescindible, y otro niño había llenado el vacío que él había dejado por su partida. Ello me llevó a caminar por la noche en el vecindario, el barrio anterior, y nada, no hubo rastros de Fuego, lo que no me dejó otra opción… y ya comencé las gestiones de Fuego 2.0, la cual fue encargada de la misma cepa de donde sacamos la original, gestada y entrenada en los montes de El Silencio, en Puerto Escondido.
Al igual que la Señora Darling, quien nunca le cerró la ventana a sus hijos Wendy, John y Michael, mi ventana permanecerá abierta por si Fuego regresa con sus gatitos. Sin embargo, la decisión de no seguir esperando para remplazarla ya fue tomada, en las tierras de Úvendor cabemos todos.
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