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Los diablos, la tapahueva y la cucamba de Uré.

Foto del escritor: John Carrillo DiazJohn Carrillo Diaz

Actualizado: 19 jun 2023

El Corpus Christi (Cuerpo de Cristo) o Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es una fiesta de la Iglesia católica que se celebra 60 días después del Domingo de Resurrección, o el jueves que sigue al noveno domingo después de la primera luna llena de primavera del hemisferio norte. En Colombia se conmemoró el pasado jueves 8 de junio de 2023, pero en el Calendario Laboral se ubicó el día Lunes festivo del 12 de junio.

En el municipio de San José de Uré se celebró durante todo el fin de semana, desde el 9 al 12 de junio, el Festival de Diablos, huevas y cucambas. Esta festividad está inserta en sus costumbres, tejida a través del sincretismo que componen muchos rituales y tradiciones de las comunidades americanas, lo que hace que compartan similitudes con otras celebraciones del Corpus Christi, como en el corregimiento de Atánquez en Valledupar, perteneciente a un resguardo indígena Kankuamo, ubicado en la Sierra Nevada de Santa Marta; de igual manera se representaba en el municipio de Guamal, Magdalena, y toda la zona aledaña a la región de Mompox; en el municipio de Mariquita en el Tolima, y en muchos pueblos más, puesto que era una festividad que se insertó en nuestro territorio desde la época de la Colonia, con influencias europeas, africanas e indígenas.


Uré, cómo se le dice comúnmente, es un municipio de Córdoba ubicado en la subregión del San Jorge, en los límites con el departamento de Antioquia. La versión más difundida sobre su historia, es la del palenque fundado por afros esclavizados que trabajaban en las minas de oro de la región del bajo Cauca. Esta comunidad, posee tradiciones culturales, musicales y dancísticas necesitadas de procesos de preservación, protección y divulgación, que ayuden a la conservación de su legado.

En todos los pueblos que celebran el Corpus Christi, hay dos personajes comunes que integran estas festividades: los Diablos y las Cucambas.

“Antiguamente, para la danza, las cucambas eran personificadas por hombres, que forraban su torso con finas y brillantes plumas blancas. Portaban una máscara de pico azul y cabeza negra, tocada con tres plumas delgadas como penachos. De la cintura a los pies se envolvían con hojas de palma y las manos con calcetines a modo de guantes. Ya en el atrio de la iglesia, los diablos intentaban azotar a los pájaros con látigos perreros, ondulantes en la mano derecha, mientras con la izquierda hacían sonar una castañuela. Las cucambas agitaban sus maracas y se defendían atacando a los diablos con picos acerados. Era un juego desenfrenado que a finales del siglo XIX todavía formaba parte de la estrategia de catequización del indígena.”: Fiestas Celebraciones y Ritos de Colombia / Diablitos y Cucambas

En san José de Uré el diablo sigue teniendo los látigos perreros, y la cucamba lleva una lata que agita haciendo ruido. No usan las plumas, y sólo se amarran las hojas de palma alrededor del cuerpo. En la cabeza usa un gorro cónico con una especie de antena torcida en la punta. Sin pluma. En esta versión los diablos no luchan con la Cucamba, si no que azotan a los demás asistentes del Festival, quienes con sorpresa reciben la caricia de los látigos perreros en sus piernas, muchas veces haciéndolos sangrar.

Un tercer personaje que aparece en la Festividad uresana es la Hueva o Tapahueva. Que es un hombre con falda de aro amplio en el vuelo, una totuma roja como máscara, un garabato y un látigo perrero. Dentro de este ritual representa la fémina, se encarga de agarrar con su garabato a los feligreses y se los tira a los diablos para que los latiguen y así purguen sus pecados.

Tantos niños, como jóvenes y adultos vive con pasión el festival y las procesiones que lo integran. A los visitantes les contaban con propiedad cada uno de los detalles sobre los personajes y los eventos de su Festival. Fue así como me enteré que en Uré, las salidas de los diablos fue una respuesta a las procesiones católicas de los blancos colonos, quienes salían por las calles del pueblo a pasear el respectivo santo, y en las noches a ritmo de percusiones repetitivas de tambó, salían los negros libertos disfrazados de diablos a despertar el frenesí de un pueblo que se resistía a seguir siendo dominado.

En la actualidad, la comunidad ha creado su propia forma de celebrar el ritual. Siguen haciendo la procesión religiosa, y alternamente los bailes de diablos, tapahuevas y cucambas. Quienes personifican al diablo heredan esta labor de sus ancestros, tuvo que haber un diablo en su familia, tío, padre o abuelo, para que se pueda portar el atuendo del diablo.

Cada uno de ellos es buscado casa por casa por una procesión de habitantes eufóricos y otros alicorados, animados por los músicos, quienes con una tambó macho o llamadó, una caja tocada con baquetas y una violina, van convocando al pueblo a unirse a las fiestas. Cuadra a cuadra, por todo el pueblo se van sacando a los diablos de sus casas. Animándolos con versos tradicionales alusivos a las festividades.

En su ir y venir a través de las calles de Uré, reciben brindis de licor e hidratación por parte de los habitantes del pueblo y visitantes, quienes por su ofrenda reciben un ritual de baile protagonizado por los mismos diablos, la hueva y la cucamba. Desde el medio día hasta la noche dura esta práctica, que se repite durante todo el fin de semana con festivo incluido, interviniendo cada día diferentes sectores del pueblo.


Al finalizar la jornada, la muchedumbre acompaña a cada uno de los diablos a sus casas, y uno a uno los van guardando hasta que quedan todos encerrados. Todo este ritual es guiado por las ancestrales, quienes van apoyando a los artistas en la ejecución de la tradición, y motivando la conservación de sus costumbres. Son ellas, a quienes durante todo el festival, tanto diablos como habitantes, les rinden homenaje y les promulgan respeto.










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